Papadopou
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Ideas peregrinas en un Camino desde Valencia

Salgo a caminar la Ruta de la lana. De Valencia hasta Burgos. El Camino de los rebaños.

Cañadas que en tiempos siguieron ríos de ovejas que cuando los fríos se instalaban en las sierras bajaban al mar o hacia cualesquiera otras tierras más templadas.

Cordeles por donde luego regresaban hacia las montañas cuando el frio menguaba y la marea ovina volvía a subir.

Sendas que cabalgó el famoso guerrero cuando partió, por la terrible estepa castellana -polvo, sudor y hierro-, al destierro con doce de los suyos.

Veredas que puede que coincidan, poco o mucho, con algunas que recorrió en la última de sus salidas, por lugares de cuyo nombre nadie quiere acordarse, aquel hidalgo de adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor.

Rutas olvidadas, o casi. Como la lanza en el astillero de Maese Quijano, caballero al que la locura, o tal vez una lucidez diferente, convirtió en andante empujándolo a los caminos.

Tal vez la misma locura que transforma en peregrinos a los caminantes y que me lleva a mi a reseguir las huellas medio borradas de unos y otros por Caminos que también llevan al Apóstol.

Aunque vaya solo, espero que compañía no me falte.

Papadopou
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Undécima etapa, hasta Villar de Domingo García. Era 25 de abril.

Me quedé en Cuenca un día para que la mochila pudiera descansar de tanto ajetreo caminero. Yo en cambio no estaba nada cansado y me propuse cumplir tres propósitos. El primero desayunar churros aunque no fuera domingo, porque luego los domingos no hay. El segundo seguir un sendero que abraza la ciudad antigua, empezando en la hoz de un rio y volviendo por la del otro. El tercero darme un atracón de arte. Pero nada de siglos atrás, sino de lo que se cocinó durante el que nací, porque en esta ciudad le han dedicado especial atención a ese periodo y han rodeado las colecciones de piedras centenarias.

Los tres deseos me los concedí, como buen genio en prácticas, becario de la lámpara maravillosa. Los tres los disfruté, aunque el primero más. El segundo, ¡Mamma mía, qué cuestas! Sobre el tercero… pues bueno. Es lo que tienen los atracones, que suelen acabar en indigestión, sobre todo si no se está habituado a ciertas exquisiteces. Al final me tuve que aplicar aquello de que no está hecha la miel para la boca del asno.

Este pollino prefiere los churros a la miel y antes de abandonar Cuenca volví a la misma churrería para desayunar a gusto. Total estaba a cinco minutos del albergue y abrían muy temprano.

Cuando acabé mi desayuno me puse en marcha. Era pronto pero las calles ya estaban  puestas esperando los coches que circularían por ellas y a los peatones que transitarían durante la mañana. El sol no había salido aun pero el cielo se adivinaba ligeramente azul. Aun no se había lavado la cara y después de haber dormido plácidamente todavía estaba medio cubierto con sus gasas matinales.

Recorrí el inevitable trazado urbano para salir de una ciudad que se iba poniendo en marcha. Con las cafeterías esperando a los clientes que acudirían a desayunar. Los supermercados y los comercios esperando a los compradores que irían a adquirir sus productos. Gente dirigiéndose a los hospitales, a las consultas médicas, a los servicios públicos, a sus trabajos.  Estudiantes a sus clases cuando pasé junto a la universidad. Los niños al colegio parecían entrar algo más tarde, que tan temprano hace frío.

Las 8 de la mañana. ¿Me despedirían hoy las campanas? Pues me temo que no. Ya estaba rebasando lo que parecía el último barrio de Cuenca y escuché algo a medio camino entre un carillón y un rebuzno, una grabación distorsionada como una guitarra eléctrica de rock metal. No era el tañido de campanas que uno esperaría como despedida. No en una ciudad donde el metal se había trabajado sabiamente desde hacía generaciones. Bastaba ver los elegantes forjados de hierro en las ventanas del barrio  antiguo y los pomos, aldabas, picaportes o herrajes en sus puertas centenarias. Algo sabrán también de campanas, digo yo. ¿Se habrá perdido el savoir faire? Me hubiera gustado oír repiques cristalinos para despertar la ciudad. Más todavía, para despedir a los peregrinos. Tal vez fue así pero no llegó hasta mi ese sonido mientras me alejaba.

Por la carretera supuestamente de escaso tráfico que conduce a Nohales circulaban bastantes coches a esa hora de la mañana. Al verlos pasar fugazmente a mi lado me parecieron padres que acompañaban a sus retoños menos jóvenes a los institutos en la ciudad. Aquí tampoco debía haber autobús escolar.

La sorpresa del día fue el yacimiento de Noheda en el que se están excavando los restos de una villa romana. Se encuentra a pie del camino, si se ha optado por pernoctar en Villar (de Domingo García) y facilitan el acceso a los peregrinos interesados en visitarlo. Hace años salieron a la luz unos maravillosos mosaicos que habían permanecido ocultos durante siglos y ahora se puede admirar su sorprendente belleza. Hice una pausa en la caminata para dar descanso a la mochila, que iba agotada de estar colgada de mis hombros. Además un poco de arte antiguo muy antiguo serviría de lenitivo para ablandar la bola que se me hizo con todas las obras modernas muy modernas que había visto la tarde anterior.

Antes de llegar a Villar se atraviesa una aldea completamente derruida, más bien demolida porque no queda ni un tabique en pie. La piqueta parece haberse empleado a conciencia porque todas las casas están hundidas y las piedras desperdigadas. Incluso la Iglesia en el altozano colapsó hace tiempo. Tal vez la villa romana que visité sufriera en su momento un proceso de abandono similar hasta quedar olvidada bajo tierra. Puede que en el futuro algún arqueólogo busque fondos para desenterrar los restos olvidados de la aldea.

Mientras, los escasos habitantes de Villar protestan por verse dejados de la mano de Dios. Los quieren enterrar en vida pero ellos quieren evitar que su pueblo acabe olvidado como aquella otra aldea. Porque entonces, cuando la gente que vive aquí  abandona y se marcha, aparecen otros intereses para colonizarlos con medios económicos: gigantescas granjas de engorde de cerdos. En este caso les esquilmarán el agua y les dejarán todos los detritus. Pero igual para entonces ya no quedará nadie para protestar

Para acabar la jornada en el albergue de Villar me ofrecieron otra revitalizante ducha fría y, a la hora reglamentaria, una preciosa puesta  de sol.  Como el bar hacia rato que lo habían cerrado y en el pueblo no había tienda, me acerqué a la gasolinera a comprarme una cerveza para degustarla mientras el sol se zambullía en el horizonte con su vestido rojo.

 

Papadopou
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Duodécima etapa, hasta Villaconejos de Trabaque. Era 26 de abril .

Por la mañana abandoné Villar y me adentré en el verde del cereal. El terreno se ondulaba para entretenerme, obligándome a cambiar continuamente el paso. Subía y bajaba sucesivos altozanos. Islas en medio de los campos, surcados por pistas arcillosas intensamente rojizas que contrastan con el verde circundante.

Encima,  otro mar de nubes pequeñitas y blancas como un rebaño de esponjosos borreguitos. Una imagen tópicamente campestre. Una fotografía bucólica que se puede deshacer si la lluvia así lo decide y el mar del cielo se derrama sobre el rojizo terreno. Un mar de barro. Pero hoy eso no iba a pasar.

En Torralba al entrar te encuentras el tronco seco  del olmo que dio sombra en la Plaza Mayor del pueblo durante tres siglos, hasta que la peste de los olmos se lo llevó. Ahora otro olmo (inmune al bicho de marras) ocupa su trono. El nuevo rey aún es un niño y los actuales habitantes no disfrutarán de su regia sombra. Arriba desde el cerro una torre alba observa. Sus restos más bien, porque parece la ruina de una pared esquinera que el torreón de un castillo.

Llegando a Albalate se me ocurrió levantar la cabeza hacia el cielo y me sorprendió ver una sonrisa dibujada en el cielo. Pensé que me había vuelto loco. Abrí y cerré los ojos, giré la cabeza pero ahí seguía un arco iris del revés. Las nubes me sonreían desde lo alto. Tranquilo, chaval, hoy no te vas a mojar. ¿Seguro? -les contesté dudando-, mira que os habéis vestido con oscuros ropajes como para vaciaros sobre mi. Confía. Ante una sonrisa tan seductora no me pude resistir. Como no sabía qué ponerme, si de sol o de agua, pues opté por ponerme contento. Descolgué la sonrisa del cielo y me la puse yo. Llegué al bar de la entrada del pueblo. Póngame una estrella, por favor, que el cielo hoy ya me hizo un guiño. Y me puso una cerveza de las que van con cinco, estrellas.

Puede subirse a Albalate para recorrer las callejas y ver la plaza de la iglesia. Los que viven allí te explican que su pueblo está puesto encima de una taza del revés y que todas las calles hacen subida hasta llegar a la plaza. El problema es que no encuentres la calle que te devuelva abajo para continuar tu ruta. Si se quiere evitar el esfuerzo de subir y bajar puede seguirse el trazado de la carretera hasta cruzar, enseguida, el rio Trabaque. Por su margen derecho en poco más de una hora se llega al final de etapa en Villaconejos.

Muchas gracias y buenas tardes. 

 

 

Joseppb
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Me equivoco o es el pueblo de los buenos melones, pero ahora no es época. Lástima. 

Poco a poco vas devorando el Camino. Enhorabuena y muchos ánimos solitarios.

Saludos

Papadopou
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Creo que el Villaconejos de los melones está en Madrid. Aquí le dan al mimbre. Saludos. 

Papadopou
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Treceava etapa, hasta Salmerón. Era 27 de abril.

 

Abandoné el albergue de Villaconejos dejando atrás el olor del café recién hecho que me acababa de tomar. Allí había café, cafetera y un fuego (eléctrico) para prepararlo. Fuerte y humeante. Un pequeño placer para desearme unos buenos días. Me tomé yo solo los dos tazones que salieron porque no había nadie con quien compartirlo. En este viaje nunca hay nadie con quien compartir nada. Excepto los que puedan estar ahí, al otro lado de esta pantalla de cristal…  Salí a la calle. El albergue está  junto a la Ermita de la Concepción y al lado está la panadería. Dejé dentro el aroma del café y me encontré en la calle con el del pan caliente que se escapaba del obrador y que acabó de alegrarme la mañana a pesar del madrugón.  Y a pesar también de la lluvia que empezaba a caer, haciendo acto de presencia puntualmente como estaba anunciado.  Parecía que tocaba día de paraguas.

Desde el camino podía ver, al otro lado del río, las bocas  de piedra por las que se accede a las cuevas que allí sirven de bodegas. En los tiempos en que por aquí los habitantes eran musulmanes, como no eran muy aficionados al vino, parece ser que las usaban como morada. Fue a los cristianos que los sustituyeron durante la Edad Media a los que se les ocurrió enterrar allí dentro grandes tinajas de barro que sirvieran para elaborar vino.

En Villaconejos estaban en el barrio que rodeaba la ermita y el albergue. Pero también las había en Albalate, en Torralba y en Villar. Mucha bodega para viñas que yo no vi pero que en algún lado estarían. Porque esas instalaciones se ven cuidadas por fuera y en uso, con elementos que indican que allí se reúnen familias y amigos. Elaboran un vino natural para casa, del que o te lo bebes en el año o lo tiras porque al no echarle sulfitos se estropea rápidamente.

Bajo las nubes amenazantes y la lluvia ocasional el verde de los campos y el amarillo de las flores se veía más intenso que en un día soleado. El barro empezaba a despertar y se agarraba a la suela de las botas como engrudo. Pero esa poca lluvia todavía no bastaba para formar un barrizal que impidiera el avance.

El que  se había venido arriba era el rio Guadalmina que bajaba con fuerza y, aunque no estaba desbordado, si que resultaba complicado de vadear en el punto previsto para ello. De hecho el hospitalero de Villaconejos me recomendó evitarlo y dar un pequeño rodeo por la carretera. Así lo hice. Esa misma carretera ya no la abandoné hasta llegar a Valdeolivas, el último pueblo de Cuenca en esta ruta.

La lluvia arreciaba a ratos y justamente llegando al pueblo se volvió intensa,  animada por rachas de viento que aconsejaron cerrar el paraguas. Quedaban sólo un par de kilómetros cuesta arriba para alcanzar el alto donde el pueblo se alzaba. Tras el agua que caía podía ver la torre de la iglesia allí arriba delante de mi. Me hice a la idea de que iba a llegar chorreando. Entonces un coche se detuvo a mi lado y la conductora se ofreció a subirme hasta el pueblo. Se lo agradezco, le dije, porque me hace usted un favor. Y así me libré del chaparrón. Llegamos en menos de cinco minutos.

Muchas gracias. ¿No sabrá usted si la Iglesia se puede visitar? Le pregunté antes de bajar.  Tenía interés en contemplar las pinturas que alberga el templo. No lo sé, contestó. Pero puedes preguntar en la plaza, en el Bar González. Ahí sabrán algo. Así que me dejó en la plaza y se marchó con su coche a la almazara, según me dijo, a comprar aceite. Si Jaén está lleno de  ”…andaluces de Jaén, aceituneros altivos”, en esta parte de Castilla podría decirse:  manchegos de la Alcarria, aceituneros altivos. Porque entre Valdeolivas y Salmerón también se extienden los olivares. No son los mares (de olivos) del sur, pero tienen su barro pegajoso y todo.

En el bar me encontraron al guardián de las llaves del templo. Uno de ellos porque en el pueblo son tres los custodios, además del sacerdote. Concretamente este era el farmacéutico o el marido de la farmacéutica, no recuerdo exactamente. Mientras él atendía un tema yo esperé allí dando cuenta de un bocadillo y una cerveza. Cuando acabamos nuestros respectivos asuntos me hizo de cicerone en la visita a la iglesia dándome someras explicaciones. Lo que no pudo facilitarme fue el sello para la credencial.

Acabado el tour por Valdeolivas volví al camino. Ya había dejado de llover y en menos de dos horas alcancé Salmerón.

Buenas tardes y muchas gracias.

 

João Batista Campos
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Hola Papa, saludos!

Mi llamó atención lo que dijes sobre las cuevas/bodegas de vino.

Busqué en Internet y quedé fascinado por ellas.

Y así, caminando contigo, voy mi interando de su lindo y maravilloso país!

Gracias 

Theis
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Hola Papadopou, como sigue tu Camino? Espero que el tiempo te esté respetando. Este camino parece tan solitario como el del Ebro que recorrí en Febrero.

Una abraçada i

Buen Camino!

 

Indi
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Papadopou, João, desde que probó el cariñena ya sólo piensa en vino devil 

Seguimos tras el cristal cool

 

 

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João Batista Campos
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laugh yes

Abrazos a los dos!

Papadopou
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Gracias a todos. Sigo en la brecha y sin más compañia que los que me encuentro haciendo caminos al revés. El otro día en Mandayona iban dos haciendo la lana del revés en busca del camino de Caravaca (o uno así), hoy dos ciclistas hacia Valencia siguiendo la ruta del Cid. Ahora encima voy ahorrando batería porque perdí el cargador del móvil. A ver cuando lo puedo arreglar. Hoy por lo menos en el albergue tienen un armario para cargar los chismes electrónicos. Paciencia. Saludos.

Indi
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 surprise pues aprovecha y tira el móvil, esta es tu oportunidad. Tengo yo cinco o seis cargadores tirados por un cajón, si pasas cerca avísame. 

Papadopou
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yeswinklaugh

Papadopou
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Catorceava etapa, hasta Trillo. Era 28 de abril.

Salí de Salmerón sabiendo que me esperaba una buena subida para empezar la jornada, aunque empezara bajando. El pueblo estaba asentado en el fondo del valle y rodeado de montes. Para salir había que subir, a menos que fueras por la carretera y no era el caso porque tampoco sabía a dónde me llevaría.

El camino se internó en el bosque convirtiéndose en vereda y luego en pista, cada vez más ancha y más recta. El recorrido rodeaba la finca (antes, supongo, término municipal) de Villaescusa de Palositos. Alguien borró el pueblo del mapa y se construyó un casoplón junto a la iglesia románica, que fue lo único que conservó al tratarse de un monumento. Nadie tiene permiso para pasar por allí así que hay que dar un pequeño gran rodeo.

Cuando llegué a la entrada de la finca esperaba encontrar a continuación una llanura de verde cereal pero en su lugar había un terreno desmontado en el que trabajaban máquinas pesadas. Me temo que en poco tiempo los peregrinos que pasen por allí lo harán deslumbrados por una extensión equivalente a siete u ocho campos de fútbol plantados de placas fotovoltaicas. No olviden sus gafas de sol.

Camino de Viana de Mondejar bajé y bajé todo lo que había subido al empezar por la mañana. Como no acababa nunca y me parecía mucha bajada hice la correspondiente verificación y comprobé que me había comido la última flecha. En realidad quien se la comió fue el labrador que roturó su parcela, el camino y la estaca que, a buen seguro, indicaba el desvío. Efectivamente al otro lado del terreno arado volvieron a aparecer las flechas que llevaban al pueblo.

Viana se acurruca en el regazo del seno materno. Quiero decir bajo las tetas de su madre. Así llaman a los dos montes (casi) gemelos que se levantan sobre el pueblo, las tetas. Las tetas de Viana.  ¿Quien no se sentiría relajado y feliz ovillado a cobijo del pecho del que mamó de chico?

Tal vez los de Viana no suban mucho a las tetas. Se miran pero no se tocan. Además ya tienen bastante con las cuestas de su pueblo. En lo más alto (o casi) han puesto su Club Social. Podrían haberlo puesto abajo. Pero es mejor tener que hacer el esfuerzo para subir al bar y luego que el regreso a casa sea más llevadero cuesta abajo. De horario incierto, como en todos estos pueblos. Por eso cuando un paisano me dijo que subiera y me tomara una cerveza lo miré con cierta desconfianza. ¿Pero está abierto? Si hombre, a esta hora si. Si, estaba abierto. Pero al entrar lo primero que me dijo uno de allí es que se trataba de un local privado. Menos mal que otro parroquiano le afeó el gesto y me puso la cerveza, y unas patatas. Si se ha de subir, se sube, pero subir para nada…

El resto del camino a Trillo fue un bonito recorrido por un sendero con las tetas al alcance de la vista. Hasta que quedaron atrás  y tomaron el relevo los dos mamotretos cónicos de la central nuclear.

Al llegar mi mochila se reía de mi. ¿Cansado? Hoy si, bastante -le contesté-, lo reconozco. No sabía porqué, pero estaba de bajón. No había sido una etapa especialmente exigente. El cansancio acumulado, supongo. Decidí acostarme pronto y al final dormí once horas del tirón.

Buenas tardes y muchas gracias.

Theis
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Hola Papadopou,

Cómo va tu mochila? 

Buen Camino

Papadopou
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Bien, bien. Gracias y un saludo. 

Papadopou
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Quinceava etapa, hasta Cifuentes. Era 29 de abril.

Bajo la chopera, al salir de Trillo, el canto de los pájaros jaleándome y el de mis botas pisando sin garbo, casi arrastrándose y tropezando con cualquier piedrecita. La banda sonora de todos los días por la mañana temprano.  Si me tengo que parar cada vez que mi mochila está cansada, ni pueden ustedes vosotros imaginarse lo de mis botas cuando, de puro perezosas, por las mañanas se hacen las remolonas y se obstinan en no querer caminar.

Transitaba al lado del río Cifuentes que más que un río parecía un canal por la dimensión del cauce. Sin embargo en Trillo explotaba con una energía sorprendente por inesperada. Allí había  movido molinos, telares e incluso una central eléctrica. Ahora solo le queda, para deleite de propios y extraños, ejecutar saltos y cabriolas como un saltimbanqui, o como un mono de feria, en unas cascadas muy vistosas que bajan por en medio del pueblo antes de rendir pleitesía al Padre Tajo, que se lo llevará a ver mundo hasta Lisboa y luego,  Dios dirá, hasta el infinito y dónde sea más allá.

Volviendo la vista atrás podía contemplar a ratos la doble pareja que dominaba el horizonte de la región de la comarca. El skyline que dirían los más modernos, los guays, chéveres, en la onda,  enrollados … ya vale, ¿no?. Perdón.  Las dos tetas de Viana y los dos cucuruchos de la central Trillo humeando continuamente. Tal para cual.

También encontré en estos pueblos un eterno amor a Camilo José Cela quien se dio en su día un tremendo paseo por esta región y que, gracias a unas páginas de inspirada escritura, los puso en un mapa aunque fuera literario. A cambio le dedicaron calles y una ruta viajera. Estos Caminos empiezan a estar más transitados por los fantasmas de insignes personajes, el Cid, Cela, Quijano que por peregrinos y caminantes, sean  lanosos o lampiños.

¡Y usted qué sabrá, mequetrefe! Lo de fantasma irá por usted, supongo. Esa no me la esperaba. Miré a mi alrededor y, por supuesto, no había nadie a la vista. Déjese de tanto cuento y camine, que hasta Cifuentes no habrá más de dos leguas y media. ¿Solo hará eso en un día? Pues… si y, por cierto, ¿quién os ha dado vela en este entierro, seáis quién seáis?  ¡Manda carallo! Apéame ese tratamiento. Y hablando de pederse, menuda lie yo en Gárgoles después de la tortilla de escabeche que me zampé. No sé si aquellos huevos me debieron sentar malamente… En fin, ya conocerás el significado de mis iniciales CJC. ¿No? Pues investiga un poco con ese chisme que no dejas de mirar. Y camina, carallo, camina.

En Gárgoles (de abajo) el afamado escritor se comió unas sopas y una tortilla de escabeche mientras un galgo negro se lo miraba. Tal hecho se conmemora con un bonito mosaico en el lugar de los hechos. En Cifuentes visitó al padre de un amigo, y lo mismo. Y, por cierto, CJC, según él mismo, significaba (Google dixit) comer, joder, caminar.

Pues eso, mangurrián, camine por lo menos. De lo otro, pues usted mismo, cuando pueda.

Y usted menos caralladas. La próxima vez que yo llegue a Santiago buscaré o carallo vintenove  en la rúa San Bieito. En conmemoración suya, Don Camilo. Igual hasta le rezo algo.

Llegar a Cifuentes resultó, efectivamente, un paseo. El albergue se encontraba en la zona deportiva. Un paraje solitario, algo alejado del núcleo urbano, apto para aventureros avezados y espíritus templados. Sobre todo cuando el edificio crujía por algún motivo atribuible a las cañerías… o no.

Muchas gracias y buenas noches.

 

Papadopou
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Decimosexta etapa, hasta Mandayona. Era 30 de abril.

Se sentaba junto a la ventana del salón que daba a la calle y desde ahí podía contemplar el tramo del Camino a Santiago que pasaba justo ante su puerta. Como todo el mundo sabe por delante de cada puerta del mundo pasa un Camino a Santiago, solo hay que cruzar el umbral. Acostumbraba a seguir con la mirada a los escasos caminantes que, de tanto en tanto, surcaban esa ruta, los peregrinos. Alguno a veces lo veía al pasar y saludaba sin detenerse. Tal vez si estuviera sentado fuera, al sol de la mañana, charlarían unos instantes. También podría abrir la ventana pero solían ir apresurados.

El destino de cada uno es rodar y rodar. Eso lo enseñan las piedras del camino (siempre había sido muy de canciones). Aunque no dicen nada sobre los que no pueden rodar y rodar.

Como todo suele verse según el cristal con que se mira, pensaba, tal vez cambiando la ventana y el cristal todo podría ser de otra forma.

Eligió la que el ordenador le abría al  mundo de afuera. Miraba en la red las imágenes de las rutas que compartían muchos caminantes y leía las opiniones, explicaciones y detalles que se exponían en algunos foros y en esas redes sociales tan de moda. Algunos parecían exhibirse acumulando rutas y recorriendo kilómetros y kilómetros como si no hubiera un mañana pero, en general, se les suponía las ganas de compartir vicisitudes y experiencias.

Como no podía salir a andar cerraba los ojos y fantaseaba que caminaba. Sus pies no podían recorrer los senderos pero sus ojos eran capaces de reconocer los recodos de cada camino. Vivencias que no experimentaba pero que imaginaba hasta que los pies llegaban a dolerle por las botas que no calzaba. De entre todo ese bagaje sembrado en la memoria, recolectaba luego unos vívidos recuerdos de colores intensos.  Sin necesidad de diferenciar lo vivido de lo evocado conseguía su viaje. Un refugio. Un cálido hogar al que escapar de su cotidiana inmovilidad.

Su no caminar avanzaba paralelo a las discusiones de otros que mientras si caminaban  soñaban ser peregrinos. Peregrinaje o senderismo, viaje  o romería, mochilero o peregrino. Parecería que tanto diera ir a Santiago que a otra parte o hacerlo de cualquier manera. ¿Dónde quedaba la piedad, la devoción inspirada por el amor al Apóstol, a Dios o las cosas santas? Todo eso hace tiempo quedó relegado a un armario. Si suele decirse que la procesión va por dentro, la peregrinación se supone que también irá.

Se sorprendió el día que apareció con su bastón y el perro que lo guiaba. Cómo podía recorrer el Camino una persona ciega. No parecía tener prisa y se sentó junto a la puerta, justo al otro lado de la ventana. Esta vez la abrió.

Buenos días. ¿Estás haciéndolo?, el Camino, quiero decir. Si, contestó. Pero, ¿cómo? Andando. Pero si no ves, cómo puedes saber por dónde ir. El perro me guía, lo entrenaron para seguir las flechas amarillas y no se pierde ni una. ¿En serio?, se había quedado con la boca abierta. El ciego se rio. Es broma, ya puedes cerrar la boca. En serio, muchos caminan y van mirándolo todo, pero no ven nada. Mis ojos no ven, pero creo que miro a lo que importa y soy capaz de verlo. ¿Y tú? Yo soy de los que no caminan, solo miro. Pues podemos hacer una cosa. Tú, que miras tan bien, me adelantas el itinerario que voy a recorrer, por si el perro se descuida alguna flecha. A cambio yo te mostraré a qué huelen las nubes que hay sobre mi cabeza y qué color tienen los verdes que envuelven el camino rojizo que hay bajo mis pies. Te enseñaré como ver las olas del mar en las espigas que se cimbrean con el aire. Y cuando el viaje termine verás que lo importante no era haber llegado, ni ser el más rápido, ni venir desde más lejos, sino haber formado parte del camino que has recorrido. Entonces se quitó las gafas oscuras y descubrió las pupilas de un verde opalescente , reflejaban la luz como los trigos cuando se ondulan con el viento. Sus ojos eran del color de un mar que él podía ver en los trigales.

De acuerdo. Cuando salgas de Cifuentes verás una placa… perdón era un decir. Indica: a Moranchel, una legua; a Las Inviernas, dos y media. En Moranchel se dedicaron a colorear puertas y paredes con hermosos dibujos, supongo que para alegrar la vista de los que pasen. En Las Inviernas encontrarás un bar. El ciego sonrió y le respondió. Un bar que estará cerrado, como pasa a menudo. Pero atiende, porque podrás oír el trino de los pájaros, el rumor de tus pasos, las voces de los corzos, a los que casi nunca puedes ver por mucho que mires. Podrás oír como se alzan grandes castillos en el cielo. Imponentes castillos de nubes en el aire sobre tu cabeza.  Si te subes a uno podrás otear en el horizonte infinito a la busca de tu propio camino. Adiós, que tengas un buen Camino. Igualmente tú.

Había sido un día para levantar formidables castillos en el aire y dejar de mirar tanto al suelo.

Llegando a Mandayona, desde la altura donde se asentaba Mirabueno se ofreció una dulce promesa para la siguiente etapa. Dulce como el nombre del río que abrió el valle. Iba a seguir su curso para dirigirme a Sigüenza.

Muchas gracias y buenas tardes. 

 

João Batista Campos
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Que maravillosa narrativa heart

Gracias por nos abrir los ojos!

Buen Camino!

Papadopou
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Gracias a ti compañero. Abrazos.

Theis
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Es para mí un privilegio poder leer tus relatos que con tanto esmero escribes sobre tu Camino. Gracias por compartirlo con nosotros, Papadopou!

Buen Camino

Papadopou
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Gracias a ti por acompañarme un ratito. Saludos.

ARAMEO
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Que verde está La Alcarria, la zona de Guadalajara por la que ves es muy bonita con pueblos muy acogedores

Indi
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Quién fuera ciego para poder ver. Maravilloso, Papa, gracias! heart

Papadopou
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Decimoséptima etapa, hasta Sigüenza. Era 1 de mayo.

La tarde anterior llegaron dos peregrinos a Mandayona. Venían de Burgos y se dirigían a Caravaca de la Cruz. Por tanto fue un encuentro fugaz como todos los que se han producido hasta ahora (tres con este). Mis únicos compañeros inseparables son mi mochila, mis botas y mi bordón. Tizón, tal vez por ser el último en llegar al grupo y por tenernos menos confianza, se muestra siempre adusto y menos dado a la broma. Con cara de palo como no podría ser de otra forma. Mis botas se ríen de mi cada vez que pueden con el viejo truco de desatarse solas continuamente. Así me hacen pagar que las obligue cada mañana a transitar por caminos polvorientos en el mejor de los casos y llenos, en el peor, de agua y barro. Por su parte mi mochila es una cachonda.  Con sus ocasionales chirridos aprendió a imitar el lejano ladrido de un perro con lo cual siempre consigue ponerme tenso. Pero estos días ha ido perfeccionado el ruido de los corzos que tanto abundan por estas tierras. Suelen dejarse ver con facilidad porque siempre andan ramoneando cerca del bosque y cuando aparece el caminante molestándolos emiten unos sonidos asombrosamente parecidos al ladrido de un perro. Yo pensaba que al tratarse de un primo más o menos lejano de los ciervos, berrearían, bramarían, roncarían o lo que fuera pero más bajito por ser más pequeños. Pues no, ladran. Y mi mochila también.

Por la mañana salí pronto (aunque nada del otro mundo, a las 7) pues pronosticaban un empeoramiento del tiempo a partir del medio día. El sol tempranero arrancaba cálidos colores del campo y los árboles. Pero la mañana estaba más que fresca y con cada caricia de sus rayos provocaba un verde estremecimiento en la hierba en forma de neblina que ascendía temblorosa hacia el cielo limpio y azul.

Me encontré con un paisano de Aragosa que bajaba dando un paseo a comprar el pan a Mandayona. El pueblo estaba enclavado en una angostura que el rio había abierto en la montaña. Sobre mi cabeza, desde lo alto de las paredes del cañón, los buitres observaban y se calentaban al sol esperando algo.

El valle se abría y se cerraba según los caprichos del río que ha cincelado concienzudamente la sierra que atraviesa. A ratos el terreno se abría y permitía el cultivo en la vega y a ratos, allí donde la roca opuso mayor resistencia, se estrechaba en hoces de altas paredes escarpadas. Enormes chopos volaban hacia arriba buscando la luz sin conseguir alcanzar lo más alto del acantilado.  Allí, arriba del todo, más buitres observaban. Seguían esperando.

Llegué a Pelegrina, un pintoresco pueblo encaramado en un otero coronado por los restos de un castillo. No había necesidad de subir a él pues la fortaleza ya no lo era y, aunque fotogénica, estaba en ruinas. Solo la existencia de un bar tal vez hubiera justificado la pronunciada ascensión al promontorio. Pero me quedé sin saber si allí lo había porque entonces se cumplió la profecía. Quiero decir que se puso a llover tal como habían pronosticado. Decidí no demorarme y tras cubrir mis bártulos y abrir el paraguas emprendí el ascenso por la otra vertiente del valle camino de Sigüenza.

El chaparrón no duró ni media subida y aunque el sol no volvió a asomar pude disfrutar de un panorama soberbio. A mis pies el, en aquel punto, ancho valle del Dulce por el que había llegado se presentaba tapizado de verdes plantíos. Frente a mi el risco que amparaba el caserío y su diadema con las torres del castillo, o lo que quedaba de ellas. El rio abrazaba al cerro por detrás formando una hoz que lo defendía y que apareció cubierta por densas arboledas.

Alcancé la pedregosa paramera de lo alto y me recibió una lluvia de bolitas de blanco hielo. Las gotas de lluvia se habían congelado al caer y repiqueteaban sobre el paraguas abierto.

A falta de flechas amarillas tuve que seguir unas estacas verdes. No vi a Don Quijote pero si que me imaginé al buen Sancho tirando de su rucio bajo la ligera granizada. Ya estaban tardando en hacérseme presentes los espectros que pueblan estos caminos.

Yo también conocí a unos señores que caminaban como vos hacía la tumba del Apóstol. Solo que uno no era tal, sino que era mi paisano Ricote. Era morisco y, como el Rey lo expulsó como a todos los de su nación, se disfrazó de peregrino para poder regresar al pueblo sin que nadie lo supiera para buscar los dineros que escondió. ¿Vos no seréis otro morisco disfrazado?  Porque vistiendo de esta guisa, nadie diría que sois persona cabal.

¿Y vuestro señor?, pregunté. Camino de Sigüenza. No quiso esperarme porque se me escapó el rucio. Creo que el cura de nuestro pueblo estudió allí y nos recomendó para que nos alojaran.

Había cesado de granizar y cerré el paraguas.  Curioso artilugio -se admiró-. Si y tengo más cosas sorprendentes en la mochila. ¿En la qué?  Moch… en el zurrón que llevo aquí colgado de la espalda. ¿Y no os resulta penoso llevar ahí unas alforjas como si fuerais un jumento? Nunca vi cosa igual. Entonces reparó en el teléfono. Parece un espejo, dijo, pero no es mi reflejo. ¿Todo esto que se ve está ahí dentro? Debe ser cosa de encantadores. Del sabio Frestón, el malvado enemigo de mi amo que os ha enviado aquí con algún oscuro propósito. Vamos, vamos, amigo Sancho que ya nos vamos conociendo. ¿No engañaste nunca a tu amo? Los encantadores de verdad no son ni barbudos Frestones ni Merlines, sino hombres o mujeres normales que con sugestiones y argucias te harán creer en cosas que no existen.

¿Eso estáis haciendo vos conmigo?  Bueno, maese Panza, podríamos llamarlo pajas mentales. ¿Qué tiene que ver el forraje? Me miraba como si no entendiera qué le decía, lo cual era bastante probable. Onanismos Intelectuales, hablar de cosas inútiles e innecesarias. Una manera como otra cualquiera de entretenerse, pero altamente gratificante. Como cuando esa paja la detectamos en el ojo ajeno con la escasa visión que nos queda por la viga que llevamos en el propio.

Muchas gracias y buenas noches.

 

Joseppb
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Cómo estás Papdopou ? Supongo que ya en casa. 

Un saludo

Papadopou
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Hola. Estoy muy bien, muchas gracias. El caso es que mis pies llegaron a Burgos antes que mi cabeza y, claro, las crónicas van muy retrasadas.

Encima ahora voy de regreso a casa pero dando un buen rodeo de turisteo por Portugal unos días (las botas guardadas en el maletero del coche). Saludos smiley

Indi
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Concretamente en Guimaraes, que nos lo han soplado a todos en Youtube wink 

Qué casualidades!! 

Papadopou
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Pues si. Menuda casualidad. Salgo del hotel donde pernocte y me encuentro con Lazaga que empezaba la jornada con su compañero camino de Braga. Me hizo ilusión conocerlo personalmente. 

Indi
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"Los encantadores de verdad no son ni barbudos Frestones ni Merlines, sino hombres o mujeres normales que con sugestiones y argucias te harán creer en cosas que no existen."

NO está bien visto hablar de política en el foro devil​​​​​​

Papadopou
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Muy agudo! wink

Cristineta87
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Maravilloso Papadopou heart

Papadopou
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Gracias Cristineta. Saludos.

Ma Teresa
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Releyendo algún párrafo en crónicas de días distintos. 

Hay ciertas lecturas que requieren una segunda o tercera vuelta para realmente solazar la experiencia. La primera lectura,  en mi caso, siempre es en diagonal y demasiado deprisa (es un defecto, no virtud) pero al volver a leer, se captan detalles sutiles y matices que antes obviamente, me pasaron desapercibidos.

Que tengas una buena paseada por Portugal (no paras, eh?) y un buen regreso. 

Abrazo

Papadopou
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Decimoctava etapa, hasta Atienza. Era 2 de mayo.

Día de olvidos, aunque no iba a saberlo hasta el final de la jornada.

Empezó el día de la forma habitual, sin nadie en el albergue. No se lo esperaban mis anfitriones porque siendo fiesta en Madrid suponían que iba a haber mayor ocupación con turistas capitalinos. Pero no. Ellos tuvieron que conformarse conmigo solo y yo me resigne a tener de todas las instalaciones para mi solo. Así que por la mañana me preparé un pantagruélico desayuno aprovechando la cocina del alojamiento y lo que me había quedado de lo que compré el día anterior. Huevos, jamón, tostadas. Sin embargo no tenía café, así que paré en un bar abierto para tomarlo antes de empezar.

Estaba bastante concurrido por ser el primero, o quizá el único, que abría temprano por las mañanas. El cantinero oficiaba con diligencia la ceremonia del café, que ni por asomo resultaba tan sofisticada como la del te en Japón. Llegaba el parroquiano, gruñía lo que se suponía era un saludo mientras dejaba sobre la barra un billete de cinco o unas monedas. Acto seguido y sin mediar palabra el camarero preparaba el bebedizo y se cobraba su importe devolviendo el cambio, si procedía. Nadie se quejaba, por tanto es de suponer que el mesonero tenía una memoria portentosa para recordar qué desayunaba cada cliente. Como a mi no me había visto nunca antes tuve que realizar mi pedido de viva voz y no mediante telepatía como los demás. No por ello se mostró más afable y antes de marcharme me gruño a modo de saludo como a todo el mundo. 

Empezaba la ruta subiendo para entrar en calor en la mañana fría. La ascensión no era excesivamente prolongada e inmediatamente se iniciaba el descenso por el fondo de un amplio valle entre cultivos.

Primero me encontré Palazuelos, ceñida por lienzos de murallas que le estilizan la silueta y mantienen el caserío dentro de los muros sin dejar que se desparrame por los campos colindantes. Llamarla pequeña Ávila me parece excesivo, pero si que resulta un pueblo pintoresco, con su castillo y todo.

Continuaba la ruta por anchas pistas agrarias sin excesivos desniveles. Sin embargo el camino estaba lleno de grandes agujeros y habia que cuidarse de no despeñarse atravesando el espejo que los cubría, en una caída sin final hasta lo más alto del cielo que había en el fondo.

Antes de ascender a Olmeda de Jadraque una antigua factoría salinera sale al paso del caminante. Un cartel en la pista de acceso te invita a no pasar porque se trata de una propiedad privada. Sin entrar se pueden observar bastante bien las balsas de evaporación y algunos montículos de sal y salmuera. Mientras curioseaba desde fuera el perro que se ocupaba de la recepción de visitantes me recordó lo que ponía en el letrero de la entrada y me sugirió que continuara mi Camino.

Llegado arriba, al pueblo, preparé (y me comí) un bocadillo en un banquito con mesa que colocaron a los pies de la ermita para solaz de caminantes, peregrinos u otras almas cansadas que precisen un alto en su caminar.

Frente a una de las primeras casas una mujer estaba dándole a las tijeras arreglando unos (hermosos) parterres. Algunas plantas se habían escapado y vivían cerca, justo en el bordillo de la calle. Buenos días. Hola, ¿caminando?  Pues si, dando un paseo hasta Atienza. Bueno, pues aún te queda un trecho. Le pregunté si una de esas matas a las que ayudaba a crecer era de hierbabuena. Lo decía por el olor. Si, pero esas no, no las toques, son ortigas. Efectivamente por el olor la reconocerás porque son iguales. Esa es la hierbabuena. Y esa el limoncillo. Esa otra es romero. Me ilustró sobre las hierbas aromáticas y me llevé los bolsillos llenos de aromas de hierbabuena, de limoncillo y de romero. Para ir buscándolos con la mano y llevarme a la nariz alegres olores.

A lo lejos, en medio del campo verde había un alto chopo solitario. Sería ese chopo enamorado de la luna que abandona cada noche la chopera. Todos le decían que era un iluso y que esa relación no llegaría a buen puerto. Así que acabó por no regresar para no tener que escucharlos. Se quedó solo en medio del sembrado sin más compañía que la del silencioso verde que le rodeaba y siempre señalando a lo alto, por si una noche la luz amada quedara prendida entre sus ramas levantadas y ya no tuviera que volver a estar más solo.

Mucho antes de llegar a Atienza ya se divisa el torreón de su imponente castillo, clavado sobre una fuerte peña dominando el pueblo. En otros tiempos su mera presencia persuadía a potenciales enemigos de lanzarse a batallas vanas. El mismo Cid evitó acercarse demasiado a la fortaleza musulmana cuando salió de tierras castellanas hacia su destierro. ¿Ruderico, estáis por ahí? Parece que hoy no.

Yo también tuve que batallar para acceder  a la villa, aunque sus torres ya no fueran de moros ni de cristianos. Un arroyo desbordado obstruía el camino que atravesaba el rebollar y un robusto zarzal protegía el estrecho paso que permitía superar dicho obstáculo. Me retó a singular combate si pretendía cruzar por ahí sin mojarme los pies. Tuve que aceptar el envite. Unas vacas que allí pacían plácidamente hicieron de testigos y contemplaron la escena con curiosidad y sin decir ni mu. Finalmente conseguí eludir su abrazo desgarrador y escapé con solo unos feos arañazos y sin daños más graves porque habíamos acordado cesar el duelo a primera sangre que, evidentemente, fue la mía.

Cuando llegué a la Casa del peregrino, que así llaman allí al lugar de acogida dispuesto por el municipio, comprobé que había perdido u olvidado en algún lugar el cargador del teléfono. Llamé al albergue del día anterior y me confirmaron que lo había olvidado allí y que podía ir a recogerlo cuando quisiera. Eso iba a resultar complicado, pensé. Qué contrariedad.

Muchas gracias y buenas noches. 

 

William World Walker
Imagen de William World Walker

Hola Papadopou. Siempre que entro en el foro, lo primero que hago es mirar algo ansiosamente si has escrito algo. Cuando está, no sabes la alegría que me entra porque sé que vas a hacerlo otra vez. Vas a sorprenderme y voy a disfrutar con tus reflexiones geniales, adobadas con esa prosa que, por su tono, no puedo evitar que me recuerde a la de Cervantes en El Quijote. Me lo recordó tu conversación con Sancho del otro día. Que sepas que algunos, aunque no te escribamos por no decir obviedades tontas, te seguimos con pasión. Gracias por compartir tanto.