Relato: O Cebreiro

Presentamos a continuación un emotivo relato del peregrino Vicente Peñalba sobre su experiencia en el O Cebreiro:

O Cebreiro

Corría el día de Navidad del 2013. El día anterior estuvo cargado de fuertes emociones; había salido de Ponferrada siendo noche cerrada, pese a que eran más de las ocho de la mañana, bajo una manta de agua. Tanta caía que me costo encontrar la dirección correcta y tuve que preguntar varias veces para no desviarme del camino.
Tras tratar de cruzar todos las avenidas de agua y "corredoiras" infructuosamente, decidí que lo mejor era tirar por la calle de en medio y cuando terminara la etapa ya me secaría como buenamente pudiera.
Alcancé Villafranca donde se quedó el grueso de peregrinos que había pernoctado en Ponferrada; yo decidí seguir, ya que soy un caminante solitario que prefiere albergues vacíos a cenas comunitarias, la conversación con los parroquianos del bar del pueblo, a contar mis batallitas a los demás. Permitirme que me explique:
Este rasgo de mi personalidad se me ha acentuado extremadamente desde que volví a nacer el 30 de Abril del 2010. Ese viernes sufrí un ictus mientras entrenaba en el gimnasio, me trasladaron en ambulancia al hospital de urgencias; esa noche las apuestas estaban 30%muerte, 40% silla de ruedas, 30% supervivencia con muchos peros.
El primer médico que me atendió se sorprendió de ver a mi mujer aún por el hospital cuando salía de guardia por la mañana del sábado:
- "¿Aún esta vivo?, le preguntó extrañado".
Sinceramente, yo no me enteraba de nada, grogui como estaba, y me hubiera ido sin decir ni pío.
Al parecer el jodido coágulo se dedicó a jugar al pin-ball por la zona del hipotálamo y la arteria basilar, gracias a la magnífica labor de los médicos consiguieron deshacerlo a tiempo de que los daños fueran catastróficos.
Todo esto me lo contaron después, cuando ya me estaba recuperando.
Ocho meses después decidí que eso del Camino de Santiago, del que tanto había oído hablar, podía ayudarme, a mí y a mi familia, ya que por aquel entonces la convivencia conmigo era muy difícil. Quería ver que tenía de especial, ya que todo el que lo hacía repetía.
Empecé en Logroño en Marzo del 2011 con la intención de ver hasta donde llegaba y como iba la cosa, pero esa ya es otra historia.
Retomaré el relato camino de Trabadelo, donde llegué bien entrada la tarde, a un magnífico albergue, Crispeta, creo recordar. Allí volví a coincidir con un par de chavalotes de veintitantos, leoneses ellos, con los que ya había estado durmiendo y cenando varias veces y había hecho buenas migas.
Es curioso como trabo amistad con peregrinos de la más diversa índole.
Desde un finlandés de más de sesenta años, hasta una pareja de treinta y tantos sevillanos, pasando por los dos jóvenes leoneses. Me cuesta hacer amistades, pero cuando pillo buen rollo, me da igual la edad o procedencia.
Ando todo el día solo, pero me gusta encontrármelos al final de la etapa, no sé, me da seguridad, saber que llevo compañeros de verdad, por delante, o por detrás las menos veces.
Pasamos una magnífica Nochebuena, bien cenados, con la gente del albergue, delante de una chimenea, donde crepitaba un buen fuego que nos calentaba el cuerpo y nos alegraba el espíritu. Tras las llamadas de rigor en fecha tan señalada, un brindis y dormir, que nos esperaba una etapa mítica, comparable a los Lagos de Covadonga en La Vuelta o l'alpe D'uez en el Tour; no son la más duras, pero sí las de mayor empaque y tronío.
Empezó bien la cosa, ya no llovía aunque estaba nublado, frío el justo para andar sin agobios de ningún tipo y el cuerpo más o menos listo para lo que me esperaba (o eso creía yo en ese momento).
En Vega de Valcarce paro a tomar un cortadito y entonarme cara a la subida final. Al llegar a la bifurcación, el dilema: derecha, carretera, seguridad y bonita ascensión; izquierda, bosque encantado, mucha dureza e inseguridad (para mí). Miro al cielo, despejado, poco viento, no mucho frío, y me digo - ¡Chaval, por momentos y lugares como este haces El Camino! -
Así que tiro para arriba a través de un paisaje de ensueño, los riachuelos cruzando el sendero, el aire tan limpio que te mareas y una bóveda vegetal te cubre a lo largo de los primeros kilómetros de ascensión.
De repente, empiezan a aparecer las primeras nubes y al poco a caer las primeras gotas de lluvia que a los quince minutos se convierte en aguanieve.
Emocionado por lo hermoso del momento y el lugar, llamo a mi hermano que el verano anterior completó su primer Camino desde Ponferrada.
- ¡Nano, subiendo O Cebreiro por el Bosque Encantado el día de Navidad y está empezando a nevar! ¡Ché, ni hecho adrede!
- ¡Qué suerte tienes, hala, disfrútalo!, me contesta él.
Le cuelgo y sigo caminando, cuando me doy cuenta que la nieve ya me llega por los talones al llegar a la Faba, por lo que intento apretar el paso, cosa que me es harto difícil, ya que no sé si os he comentado, que mido 1,84 y peso más de 110 kilos; añadir la mochila que pasa de los 13 kilos (tengo que dormir con un aparato respirador de 2,5 kgs. por las apneas del sueño), es un peso más que considerable a mover a través de más de 30 cms. de nieve; empiezan a entrarme sudores fríos, pues estoy completamente solo (los leoneses ya estaban arriba cuando se desató la tormenta y los de Villafranca aún tardarán en alcanzarme). Para mejorar la cosa, se desata un viento helado a más de 50 kms./hora, que empieza a asustarme de verdad y que hace que cada paso que doy me cueste Dios y ayuda. Con un esfuerzo titánico consigo llegar a Laguna de Castilla, ya que la nieve me llega por la rodilla y apenas puedo ver el sendero cubierto por mas de medio metro de nieve. Ahora ya no razono con lógica, a raíz del ictus, cuando me enfrento a una situación difícil la convierto en un obstáculo insalvable; lo que antes hubiera sido una simple situación complicada, nada que con un poco de paciencia y algo de esfuerzo extra hubiera solventado sin mayor problema, ahora es un verdadero dramón, pues no voy ni "pa'lante, ni pa'tras".
Tardo más de 15 minutos en cubrir los escasos cien metros que me separan de las primeras casas y busco abrigo y ayuda desesperadamente.
Una de las casas me abre la puerta, y un par de pastores, padre e hijo, me permiten refugiarme en el establo, mientras nos tranquilizamos el temporal y yo. Son dos bigardos de metro noventa, secos, fuertes, curtidos por el duro trabajo diario, con manos como sartenes, para los que el panorama de hoy es su pan nuestro de cada día.
Para mi los dos kilómetros y medio que me separan del objetivo final, se me antojan en ese momento realmente insalvables.
Trato de explicarles mi situación clínica, cosa que a duras penas entienden, lógicamente no es lo suyo la neurología (lo mío tampoco, pero algo he aprendido últimamente).
No comprenden que no siga, si ya he llegado hasta allí.
Me echan una mano y llaman al servicio de 4x4 de O Cebreiro, pero el del Patrol dice que nones, "que no baja ni con el todoterreno, que eso está imposible". Me dicen que la carretera está a la misma distancia que el pueblo, que tire para arriba sin pensarlo, total son dos kilómetros y medio por una pista sin protección de arboles y medio metro de nieve, temperaturas bajo cero, que cuando el temporal arrecie algún árbol encontraré para resguardarme...o no.
Completamente "acollonido" inicio la subida, más por inconsciencia que por decisión y paso una de las peores horas de mi vida. Me acuerdo de mi familia, amigos, etc... Sé que es absurdo y que ni mucho menos era para tanto, pero no sé porque razón, mi cerebro potencia ahora las situaciones difíciles convirtiéndolas en extremas. Es otra de las secuelas de las que os he hablado. Una de las razones por las que hago El Camino es para redescubrir mis
límites, tanto físicos, como mentales y hacer el día a día mas llevadero para mí y mi familia.
Cuando peor lo estaba pasando, empecé a atisbar las primeras edificaciones del pueblo junto a la carretera y el crucero que se haya a la entrada.
Lo había conseguido. Costó, pero llegué. Hola, O Cebreiro.
Ya con un café con leche en la mano sentado en el bar, comencé a tranquilizarme y a ver las cosas con otra perspectiva.
Mi idea primitiva de seguir hasta Hospital da Condesa, quedo completamente descartada dadas las circunstancias y el temporal que no cedía.
Ya había tenido suficientes emociones fuertes por hoy.
De hecho, muy clara no debía estar la cosa, cuando la Guardia Civil cerró el acceso por el bosque pocas horas después de iniciar yo el ascenso. Poco a poco, por parejas o en grupos de tres o cuatro fueron llegando los pocos valientes que se aventuraron a subir por el Camino antes de que fuese cancelado por ese día.
Nadie subió sólo, como debe ser, en esas circunstancias.
Reventados, muertos de frío y calados hasta los huesos, pero con una sonrisa en la boca y orgullosos de la pequeña-gran gesta que habían realizado, fueron alcanzando el objetivo que se habían marcado para ese día. Mañana esperan otros nuevos.
Y es que, aunque sea sólo por un día, como diría el gran David Bowie, nosotros podemos ser héroes.

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O Cebreiro
O Cebreiro